lunes, enero 09, 2006

Carrie Bradshaw y la Ciudad de las Citas Fallidas

La mejor frase que escuché el día de hoy fue "ser adulto no tiene marketing" o dicho de otro modo, tiene mala prensa. Una vez pasados los treinta y pico, bum! sucede: uno deja de intuír, adivinar, percibir vagamente lo que quiere para que el deseo se transforme en una certeza ineludible imposible de ignorar. El glamour de la histeria se decolora y ya nada volverá a ser igual.

La parte buena, es que en todo caso una podrá identificar más rápida y claramente cuando aparece aquello que busca (hombre, trabajo, amigos; pero concentrémonos por esta noche en el hombre). La parte mala es que una vez hecho el descubrimiento, perder el tiempo o hacerse la distraída es mucho más difícil y el costo es cuantitativamente más alto.

En estos días soy una mujer soltera de 36 años. No me avergüenzo al decir que busco un hombre con el cual transitar la vida. Ultimamente he conocido algunos. Algunos interesantes en mayor o menor grado, otros decepcionantes en grado sumo. Otros, curiosamente conjugan los dos calificativos.

El sábado a la noche un hombre me invitó a salir. Era nuestra segunda cita. Cuarenta años, profesor de Historia, inteligente, físicamente agradable (aunque no era estrictamente mi tipo), charla apacible. Pasó a buscarme a las nueve de la noche, y dijo que me llevaría a cenar a un lugar que él conocía. Hago esta aclaración porque en nuestro primer encuentro arguyó que no conocía lugares para ir a tomar café cerca de mi casa (vivo en el barrio de Belgrano, muy cerca de Avenida Cabildo y no lejos de "Palermo Hollywod"). Aclaro, además, que él vive relativamente cerca de mi casa, en la zona del Botánico, por lo cual su declaración de no conocer lugares me resultó rara, teniendo en cuenta que vivimos a un distancia de escasas veinte cuadras. Pero esa noche, la primera, decidí hacer la vista gorda y disfrutar de conocer al hombre que caminaba a mi lado en dirección a Federico Lacroze y Tres de Febrero, a un café que yo sí conocía.

Por lo que me gustó que estuviera decidido a llevarme a un lugar de su conocimiento más allá de que haya hecho o no previamente un market research. Pero, horror, fuimos en colectivo (me siento Jessica Stein al hacer este comentario, pero no puedo evitarlo). Nuevamente decidí echar mano al subterfugio de la vista gorda y no juzgar a una persona por su elección de los medios de locomoción. Bajamos en Av. Santa Fe y Armenia y entramos al Viejo Hermann, un tradicional restaurant de Buenos Aires. Su elección me divirtió y eso me puso de mejor humor, sobre todo porque tenía hambre y sabía que el restaurant elegido cumpliría sobradamente con mis expectativas. Fuimos ubicados en una mesa para dos e intercambiamos impresiones sobre los diferentes tipos de comida que ofrecía una ciudad como Buenos Aires. Me preguntó si conocía el lugar, le dije que sí, que a veces voy con mi papá y que solemos pedir sesos a la lionesa. A su vez, me anotició de que él nunca pide seso porque no le gusta. Nunca lo probé; soy bastante limitado con la comida, me explicó. Hojeé distraídamente el menú, con la impericia fallida de quien busca algo que sabe exactamente dónde encontrar y me detuve en el apartado de chorizos alemanes con guarnición. Chorizos Alemanes (2) con ensalada rusa, $10, 50; Chorizos Alemanes (2) con chucrut, $12,50; Chorizos Alemanes (2) solos, $8,50; Chorizos Alemanes (2) con ensalada de papas, $10,50; Chorizos Alemanes (2) con papas fritas, $11,50. Voy a preguntarle al mozo si me cambia alguna guarnición del menú por una ensalada verde, dije yo. No creo que lo hagan, acá son un poco estrictos, me contestó él. Aunque cuánto más nos va a salir?, continuó a un tiempo que daba vuelta las hojas del menú para ver la ensalada de mi agrado (radicheta a saber, que ni falta hace decir que tampoco le gustaba, que jamás la había probado). Me resultó chocante el gesto, se trataba de una vil ensalada verde, no de la diferencia de precio entre un matambre con rusa y caviar del Báltico. Qué se suponía, qué tenía que pagar yo alguna diferencia? Decidí echar mano a la vista gorda otra vez. Vista que fue subiendo de peso sostenidamente y que a esa altura había pasado de gordita suspendé los postres, a obesa hipertensa con una diabetes en franco ascenso. La Divina Providencia se apiadó de mí, y el resto de la cena transcurrió al ritmo de su charla: apacible. Me gustan los hombres que no hacen de la ansiedad un culto, y estaba frente a uno de ellos.

A la salida del restaurant propuso ir a tomar un café a su casa, cambié su propuesta por un café en un bar; y nos internamos a pie en el corazón de Palermo Hollywood con una llovizna que nos persiguió hasta no tener más remedio que notar su presencia. No tuve ganas de ir a su casa. La verdad es que no lo conocía lo suficiente como para sentir que quería algo con él y tampoco lo que había ocurrido entre nosotros hasta el momento era lo suficientemente estimulante como para arriesgarme.
La charla esta vez se tornó interesante, además de apacible. Me contó de su tránsito por Mar del Plata, de su casa en el Bosque Peralta Ramos, de los Supermercados Toledo, de su ex mujer becaria del Conicet, de sus alumnos, de sus libros, de la empresa de pinturas que había fundado su abuelo y que su padre y él tuvieron la triste misión de cerrar. Yo a mi vez no hablé tanto, sin embargo mis palabras no fueron parcas ni secas, sino sólo pocas y no desentonaron con la cadencia de su conversación. Pasada la una y media de la mañana, el sueño comenzó a rondarme. No por aburrimiento, sino por cansancio, puro, liso y llano. Salimos a la calle: Costa Rica casi esquina Armenia, a 15 metros de la plaza. La temperatura había bajado notablemente y la lluvia cada tanto se hacía sentir. Lo seguí, en mi ilusa creencia de que buscaría un taxi para acompañarme a mi casa. Casi llegando a Paraguay, me di cuenta que mis ilusiones eran vanas, que habían pasado quichicientos taxis y que nos dirigíamos a algún lugar desconocido al que decidí que yo no iba a llegar bajo ningún punto de vista. ¿Estamos yendo a alguna parte?, le pregunté abrigándome con mis propios brazos. A tomar el colectivo, me contestó. Por poco me muero. Tenés frío? Querés que tomemos un taxi? me preguntó. No sé porqué, pero decidí contestarle educadamente "lo que sea más rápido", aunque mi lenguaje corporal me abandonó, porque no terminé la oración que ya me había apoltronado en el primer taxi que cruzó mi vista.
Cinco minutos y seis pesos después que demás está decir, ni pensé en pagar, bajábamos en la puerta de mi casa. Me preguntó si la había pasado bien, mientras un gatito trataba de colarse entre mis piernas y entrar al palier de mi departamento. No me gustan los gatos, aunque no necesariamente soy fóbica a los felinos, con lo cuál el pequeño gatito y yo protagonizamos varios pasos de comedia nada elegantes, hasta que pudimos deshacernos de él. Le dije que la había pasado bien, y no le mentí. Aunque ya la vista gorda se había transformado a esa altura del campeonato de obesa diabética hipertensa a obesa peso pesado tamaño cañón. El episodio del colectivo de la vuelta me superó y empañó para siempre cualquier posibilidad de continuar conociéndolo. Nunca entendí: ¿era una estrategia de seducción? ¿O más bien sencilla tacañería? El problema es que los hombres tacaños no son sexies y lamentablemente los viajes en colectivo los sábados a la noche (o mejor dicho a las primeras horas de un domingo) en compañía de un joven galán, no me resultan glamorosos desde que tengo más o menos 22 años. Por otro lado, a esa hora de la madrugada, los colectivos no pasan uno tras otro, o sea que hay que esperarlos. Qué iba a hacer para amenizar la espera? Sacar un termo Lumilagro con mate cocido? La hipótesis de que su pasar económico sea escaso, queda descartada. El mismo me dijo en su apacible charla que le iban bien las cosas. Y si no fuese así, ¿me interesa volver a salir con un hombre que a los 40 años no tiene seis pesos para un taxi un sábado a la noche?

Creo que pueden adivinar la respuesta.

Hasta la próxima.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

cuando pregunta "y cuanto más nos puede salir?" (por la guarnición de hojitas verdes) se merece un boludón-huevón y a la bolsa!!!!!!!!!!!

Anónimo dijo...

solamente....en bondi a esta altura?...no way Jose...no way...de amor y pasion no solo se vive....

Vivi Briongos dijo...

Aplauso, medalla y beso para Valeeeeeeeria!!!

Perfecto, nena.
Ni a palos!!!

Anónimo dijo...

Evidentemente esta cita deja una moraleja: hay que confiar en nuestra percepción y no salir si no estamos convencidas ¿no?
besotes
Y siga adelante!!!!

Anónimo dijo...

Un viaje en bondi con la persona que uno ama puede ser super divertido y romántico.
Entiendo que para una primera o segunda salida no es ni romántico ni divertido pero no por eso tiene que ser la última.
Una persona que prefiere tomarse un colectivo para ahorrarse la plata de un taxi puede ser un tacaño o puede ser alguien que cuida la plata.
Si las charlas fueron más que entretenidas (considero un punto de vital importancia) me parece una lástima terminar una relación por una o varias tacañadas.

holanopuedoacceder dijo...
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Mumimamá dijo...

más me contás de los hombres más amo a mi Germán.

holanopuedoacceder dijo...

My dearest mumimamá: agarrá fuerte a tu Germán. Te lo deseo de todo corazón.

Aunque te puedo decir que hay hombres buenos e interesantes. No abundan, pero hay. Y me voy a encontrar al mío. Al igual que él me va a encontrar a mí.

Después de todo, de eso se trata: de encuentros.

besito, v.