martes, enero 31, 2006

Me tomo 5 minutos - me tomo un post

Los nativos de Buenos Aires, recordarán la propaganda (o "el comercial" como dicen los entendidos) de Té Taragüí. En el medio de una situación caótica o estresante, alguien desenvainaba un saquito de té cual héroe medieval y profería la mentada y ya famosa frase "Me tomo cinco minutos - me tomo un té", a manera de estrategia infalible para volver a la calma.

Ahora estoy en una situación parecida, entre mi site InsideBA, las cotizaciones, los brasileños, los americanos, el actual amigo americano Eric y la reserva al restaurant La Estancia de calle Lavalle, las reuniones para mañana en el centro (agobio), los pasajes a Israel para mayo, los relatos de Fernández de la revista La Nación, mi padre, mis hermanos, mi madre - obvio - y los etc. de costumbre que nunca faltan.

La cuestión es que me quiero tomar unos minutos refrescantes, cortar unos minutos la rutina e internarme en el maravishoso mundo de mi propio blog. (Estoy segura de que mi amigo Julio diría "Ah...una joda bárbara!..."). En fin. El porque no tiene un blog.

Quiero contarles lo que me ocurrió el pasado viernes a partir de las 7 de la tarde aproximadamente. El sol comenzaba a caer sobre la ciudad y yo estaba tomando un té en la casa de los padres de mi amiga Gabriela. Gabriela está enferma y por sugerencia de su tía Coca (una traumatóloga residente en el Chaco y reina de los Carnavales) nos aprontábamos a ir a consultar a un sanador que vive en Mercedes, Provincia de Buenos Aires, a más de 1ookm de Capital. Aclaro que ni Gabriela en particular, ni su familia en general son creyentes. Judíos, sí. Creyentes, de ninguna manera.
Así las cosas, las integrantes de la travesía éramos: la mamá de Gabriela (Ester alias Gorda con yeso en el brazo, resultado de una reciente fractura de muñeca), Gabriela (obvio), y sho.

Ya teníamos "turno" gracias a la gestión de la mamá de Gaby con una tal Victoria. Llegó el remis a buscarnos (sin aire acondicionado - una calamidad) y las 3 gordas bajamos con una botella de 2 litros de agua mineral fría, 2 vasos de plástico y con la firme intención de completar nuestras vituallas con sandwiches de miga de la Confitería "La Argentina", cosa que hicimos (muy recomendables por cierto, Cabildo esquina Céspedes - baratos no son, pero valen la pena). El sol nos acompañó casi hasta pasadas las 8, y el viaje estuvo amenizado por los recuerdos de juventud de Ester alias Gorda de sus tiernos días sionistas en Gowland, cerca de Zumerland, bastión de los Comunistas. (Parece un chiste con rima y todo, pero juro que no lo es). La botella de agua fue una aliada fundamental, aunque hasta ese momento todavía no habíamos tocado los sandwichitos.

Ya estábamos llegando a lo del sanador José, cuando todavía en la ruta el chofer nos anuncia que se quedó sin gas y que tampoco tenía nafta. Genial, dije yo. El chofer bajó primero para ver si podía hacer arrancar el auto, luego para ver cómo podía hacer para que lleguemos a lo de José, luego para buscar nafta para hacer arrancar el auto y finalmente para ir a buscar una estación de gas para cargar el ídem.

En ese momento sho dije: me agarró la angustia oral. Y las 3 nos avalanzamos sobre los sandwiches de La Argentina. Gabriela entre mordisco y mordisco anunció que el chofer había sido un boludo por haber dejado que todo esto sucediera y que ni mierda le iba a dar un sandwich. Cuando consideramos que la angustia oral había amainado, y el chofer estaba en la rotonda, a 100 metros de distancia o quién sabía dónde, se nos ocurrió que podríamos hacer dedo. Ya estaba oscuro. Los autos pasaban a mil por hora y los camiones ni les cuento. Como nadie paraba con el dedo tradicional, nos pareció buena idea ponerla a Ester alias Gorda adelante con el brazo enyesado en alto a manera de "Salve Argentina, Bandera azul y blanca" a ver si alguien se apiadaba. Nada. Argentina Solidaria, señores. Copados los vecinos de Mercedes.

A esa altura, lo único que le faltaba a la escena para ser parte de una película de Almodóvar era el tapizado de leopardo y algunos tiros. Por lo demás, estábamos completos.

Finalmente el chofer del remis volvió con otro auto, que nos llevó a lo de José y lo llevó a él a arreglar el tema del combustible para la vuelta. Por supuesto que cuando bajamos y entramos a una especie de sala de espera gigante con bufet incluído, Gabriela anunció que no iba a entrar (qué esperaban?). Se quedó en el patio y no quiso entrar ni al baño, prefiriendo pishar en el medio de los yuyos. Finalmente la angustia cedió y decidió entrar. Yo entré con ella. En la antesala del "consultorio" había imágenes de Jesús y de algunos santos y Vírgenes. Le dije a Gaby, vos no querías hablar con nadie que tuviera que ver con lo religioso, y mirá: lleno de religión por todos lados... ¿Por qué no vas a ver a un rabino y te dejás de joder? A lo que Ester con el humor ácido que la caracteriza respondió: ¿El rabino es más cerca?

Creo que sólo por esa frase me valió la pena la odisea.

Nos estamos viendo.

viernes, enero 27, 2006

El que roba a un ladrón

Resulta que odio los mails en cadena. Resulta que en general los borro sin abrirlos siquiera. Resulta que algunos me llaman la atención por el título o por el que los manda, y entonces los abro.

Resulta que acabo de abrir uno de esos, y me encontré con un texto significativo, pero cuando llegué al final, decía que el autor era Paulo Coelho. Por poco me agarra un ataque. Los que me conocen, saben que pienso que Paulo Coelho es un ladrón con un marketing envidiable, lo suficientemente inteligente para evitar que lo tilden de plagiador (y si no, pregúntenle a Bucay).

Dicho esto, procederé a copiar el texto. Omitiré su autoría porque estoy segura que no es original de Coelho.

Buen Fin de Semana.

Nadie alcanza la meta con un solo intento, ni perfecciona la vida con una sola rectificación, ni alcanza altura con un solo vuelo. Nadie camina la vida sin haber pisado en falso muchas veces... Nadie recoge cosecha sin probar muchos sabores, enterrar muchas semillas y abonar mucha tierra... Nadie mira la vida sin acobardarse en muchas ocasiones, ni se mete en el barco sin temerle a la tempestad, ni llega a puerto sin remar muchas veces... Nadie siente el amor sin probar sus lágrimasni recoge rosas sin sentir espinas... Nadie hace obras sin martillar sobre su edificio, ni cultiva amistad sin renunciar a sí mismo. Nadie llega a la otra orilla sin haber construido puentes para pasar. Nadie deja el alma lustrosa sin el pulimiento diario de la vida. Nadie puede juzgar sin conocer primero su propia debilidad. Nadie consigue su ideal sin haber pensado muchas veces que perseguía un imposible. Nadie conoce la oportunidad hasta que ésta pasa por su lado y la deja ir. Nadie encuentra el pozo del placer hasta caminar por la sed del desierto. Pero nadie deja de llegar, cuando se tiene la claridad de un don, el crecimiento de su voluntad, la abundancia de la vida, el poder de realizarse y el impulso de sí mismo. Nadie deja de arder con fuego dentro sin antes saber lo que es el calor de la amistad. Nadie deja de llegar cuando de verdad se lo propone. Si usas todo lo que tienes y confías en ti ¡esfuérzate! porque...¡¡¡VAS A LLEGAR!!!
Sin fe se puede perder un juego cuando ya estaba casi ganado...

sábado, enero 21, 2006

Sin querer volver a los 17

Hace 17 años era yo una estudiante de la Universidad de Tel Aviv. Vivía en los dormitorios de la Universidad y a cierta altura de ese año lectivo (1989-1990) mientras en Argentina se luchaba contra la hiper inflación, yo adquiría nuevos hábitos en aquella tierra que se estaba convirtiendo en mi hogar. Siempre me gustó escuchar radio (aquí, en Israel y en la China), me gusta que "me hablen" y conocer otros mundos a través de esas voces. Alegre, mi madre, tuvo la idea de llamar al programa de Dolina (que yo escuchaba en Buenos Aires), y pedir que me mandaran saludos. Después me envió la grabación por correo. Por aquellos años, nada de internet ni email. Escribir cartas taza de café en mano y a esperarlas pacientemente cruzar el mar (ida y vuelta - ida y vuelta). La cuestión es que en Tel Aviv descubrí que los sábados a la mañana la radio del Ejército, Galei Tzahal, tenía un programa de entrevistas conducido por una periodista genial. Lamentablemente no recuerdo su nombre. Entrevistaba a personajitos igualmente geniales; personas que iba encontrándose por la vida, no necesariamente famosas, pero que se distinguían por su "savoir vivre".
Recuerdo uno en particular, un taxista judío proveniente de Grecia. Dueño de un humor sin igual, habló de muchas cosas durante la entrevista: de sus orígenes, de sus padres, de su mujer, de sus hijos, de su trabajo. Una anécdota me quedó grabada en la memoria. Hubo una época en su vida en que su economía personal no iba bien. Alquilaban la vivienda y hubo un mes en que no pudieron pagar el alquiler. Una noche se dio cuenta que su mujer estaba insomne. Cuando le preguntó la causa, ella le dijo que estaba preocupada por no poder pagar el alquiler... El le contestó: "No te preocupes. El que se tiene que preocupar en todo caso es el dueño...". Ustedes sabrán disculpar... Traducido al español pierde toda la gracia y el sentido. Lo que él quiso decir es que en ese momento no valía la pena preocuparse por algo que momentáneamente no podían resolver. Que si no pagaban no era porque no querían, sino porque transitoriamente no podían y que quedarse despierto a la noche no iba a contribuír a saldar la deuda. En síntesis, si un problema no tiene solución, no es un problema. Y que en todo caso, el hecho de no poder pagar el alquiler a tiempo sin duda era un inconveniente también del propietario...
No sé porqué justo hoy me acordé de esto. No sé porqué quise escribirlo, a sabiendas de no estar transmitiendo con exactitud el significado del relato, sin siquiera contarlo de manera amena para el lector ocasional.

Tal vez es porque los sábados sigo escuchando radio. Tal vez porque escucho el mismo programa hasta las 11.00 y después cambio de radio o la apago. Tal vez porque ahora tomo más mate que café. Tal vez porque añoro la época de las cartas transatlánticas. Tal vez porque hoy estoy más sensible que de costumbre.

Besos en los ojos, v.

lunes, enero 16, 2006

Demoliendo hoteles


Una de las tareas casi obligada de los principios de año es la limpieza de escritorios, cajones, placards, casillas de email, zapatos, etc y afines. He comenzado cada una de ellas y aún no he terminado con ninguna.

Revisando mi casilla de "Enviados" de Yahoo!, he mandado a algunos a la Papelera (que viene a ser el cementerio de los emails). A otros los he reorganizado en carpetas diversas por temas. Y a otros los he rescatado para la posteridad.

El que estoy a punto de transcribir, en realidad más que un mail es un texto enviado por mail. Lo he modificado, porque tal cual estaba me pareció demasiado formal, y tenía más que ver con la persona a quien se lo estaba mandando que a mí misma.

Helo aquí.

El Yo como entidad sólo puede constituirse de manera soberana en tanto puede atravesar el proceso reconocerse a su vez como Otro. Y eso puede ocurrir cuando adquiere la valentía de descentrarse, dejar de ser foco absoluto, para poder dejar huecos, abismos, vacíos. (Condición necesaria - pero no suficiente - para que algo de la novedad irrumpa). La angustia del hueco moviliza a la vez que alumbra la posibilidad.

Sólo cuando el Yo llega a oler la nada, cuando llega a percibir su muda respiración, cuando puede sostener la tensión de su temblor, es que finalmente puede llegar a vislumbrar a ese Otro que lo habita a la vez que lo conforma.
Para identificarlo, es preciso construir una distancia. Medirla, para luego cruzarla. Sortear uno a uno los obstáculos, prescindiendo de los artificios rancios de la inmediatez.
Y es así como, acunado por los borbotones del silencio, puedo verme como Otro. Ese Otro por momentos extraño, contradictorio, ambivalente, paradojal, ajeno. Y sin embargo, si logro tenderle un puente de complicidad, la diferencia entre el Yo y el Otro deja de ser atemorizante para transformarse en tierra virgen recién nacida.

Y es justo en ese instante, en que veo en toda su extensión a mi Yo como Otro, en el que el encuentro pleno con los Otros que transitan este mundo, es posible.
Ni un segundo antes. Ni una canción después.

lunes, enero 09, 2006

Carrie Bradshaw y la Ciudad de las Citas Fallidas

La mejor frase que escuché el día de hoy fue "ser adulto no tiene marketing" o dicho de otro modo, tiene mala prensa. Una vez pasados los treinta y pico, bum! sucede: uno deja de intuír, adivinar, percibir vagamente lo que quiere para que el deseo se transforme en una certeza ineludible imposible de ignorar. El glamour de la histeria se decolora y ya nada volverá a ser igual.

La parte buena, es que en todo caso una podrá identificar más rápida y claramente cuando aparece aquello que busca (hombre, trabajo, amigos; pero concentrémonos por esta noche en el hombre). La parte mala es que una vez hecho el descubrimiento, perder el tiempo o hacerse la distraída es mucho más difícil y el costo es cuantitativamente más alto.

En estos días soy una mujer soltera de 36 años. No me avergüenzo al decir que busco un hombre con el cual transitar la vida. Ultimamente he conocido algunos. Algunos interesantes en mayor o menor grado, otros decepcionantes en grado sumo. Otros, curiosamente conjugan los dos calificativos.

El sábado a la noche un hombre me invitó a salir. Era nuestra segunda cita. Cuarenta años, profesor de Historia, inteligente, físicamente agradable (aunque no era estrictamente mi tipo), charla apacible. Pasó a buscarme a las nueve de la noche, y dijo que me llevaría a cenar a un lugar que él conocía. Hago esta aclaración porque en nuestro primer encuentro arguyó que no conocía lugares para ir a tomar café cerca de mi casa (vivo en el barrio de Belgrano, muy cerca de Avenida Cabildo y no lejos de "Palermo Hollywod"). Aclaro, además, que él vive relativamente cerca de mi casa, en la zona del Botánico, por lo cual su declaración de no conocer lugares me resultó rara, teniendo en cuenta que vivimos a un distancia de escasas veinte cuadras. Pero esa noche, la primera, decidí hacer la vista gorda y disfrutar de conocer al hombre que caminaba a mi lado en dirección a Federico Lacroze y Tres de Febrero, a un café que yo sí conocía.

Por lo que me gustó que estuviera decidido a llevarme a un lugar de su conocimiento más allá de que haya hecho o no previamente un market research. Pero, horror, fuimos en colectivo (me siento Jessica Stein al hacer este comentario, pero no puedo evitarlo). Nuevamente decidí echar mano al subterfugio de la vista gorda y no juzgar a una persona por su elección de los medios de locomoción. Bajamos en Av. Santa Fe y Armenia y entramos al Viejo Hermann, un tradicional restaurant de Buenos Aires. Su elección me divirtió y eso me puso de mejor humor, sobre todo porque tenía hambre y sabía que el restaurant elegido cumpliría sobradamente con mis expectativas. Fuimos ubicados en una mesa para dos e intercambiamos impresiones sobre los diferentes tipos de comida que ofrecía una ciudad como Buenos Aires. Me preguntó si conocía el lugar, le dije que sí, que a veces voy con mi papá y que solemos pedir sesos a la lionesa. A su vez, me anotició de que él nunca pide seso porque no le gusta. Nunca lo probé; soy bastante limitado con la comida, me explicó. Hojeé distraídamente el menú, con la impericia fallida de quien busca algo que sabe exactamente dónde encontrar y me detuve en el apartado de chorizos alemanes con guarnición. Chorizos Alemanes (2) con ensalada rusa, $10, 50; Chorizos Alemanes (2) con chucrut, $12,50; Chorizos Alemanes (2) solos, $8,50; Chorizos Alemanes (2) con ensalada de papas, $10,50; Chorizos Alemanes (2) con papas fritas, $11,50. Voy a preguntarle al mozo si me cambia alguna guarnición del menú por una ensalada verde, dije yo. No creo que lo hagan, acá son un poco estrictos, me contestó él. Aunque cuánto más nos va a salir?, continuó a un tiempo que daba vuelta las hojas del menú para ver la ensalada de mi agrado (radicheta a saber, que ni falta hace decir que tampoco le gustaba, que jamás la había probado). Me resultó chocante el gesto, se trataba de una vil ensalada verde, no de la diferencia de precio entre un matambre con rusa y caviar del Báltico. Qué se suponía, qué tenía que pagar yo alguna diferencia? Decidí echar mano a la vista gorda otra vez. Vista que fue subiendo de peso sostenidamente y que a esa altura había pasado de gordita suspendé los postres, a obesa hipertensa con una diabetes en franco ascenso. La Divina Providencia se apiadó de mí, y el resto de la cena transcurrió al ritmo de su charla: apacible. Me gustan los hombres que no hacen de la ansiedad un culto, y estaba frente a uno de ellos.

A la salida del restaurant propuso ir a tomar un café a su casa, cambié su propuesta por un café en un bar; y nos internamos a pie en el corazón de Palermo Hollywood con una llovizna que nos persiguió hasta no tener más remedio que notar su presencia. No tuve ganas de ir a su casa. La verdad es que no lo conocía lo suficiente como para sentir que quería algo con él y tampoco lo que había ocurrido entre nosotros hasta el momento era lo suficientemente estimulante como para arriesgarme.
La charla esta vez se tornó interesante, además de apacible. Me contó de su tránsito por Mar del Plata, de su casa en el Bosque Peralta Ramos, de los Supermercados Toledo, de su ex mujer becaria del Conicet, de sus alumnos, de sus libros, de la empresa de pinturas que había fundado su abuelo y que su padre y él tuvieron la triste misión de cerrar. Yo a mi vez no hablé tanto, sin embargo mis palabras no fueron parcas ni secas, sino sólo pocas y no desentonaron con la cadencia de su conversación. Pasada la una y media de la mañana, el sueño comenzó a rondarme. No por aburrimiento, sino por cansancio, puro, liso y llano. Salimos a la calle: Costa Rica casi esquina Armenia, a 15 metros de la plaza. La temperatura había bajado notablemente y la lluvia cada tanto se hacía sentir. Lo seguí, en mi ilusa creencia de que buscaría un taxi para acompañarme a mi casa. Casi llegando a Paraguay, me di cuenta que mis ilusiones eran vanas, que habían pasado quichicientos taxis y que nos dirigíamos a algún lugar desconocido al que decidí que yo no iba a llegar bajo ningún punto de vista. ¿Estamos yendo a alguna parte?, le pregunté abrigándome con mis propios brazos. A tomar el colectivo, me contestó. Por poco me muero. Tenés frío? Querés que tomemos un taxi? me preguntó. No sé porqué, pero decidí contestarle educadamente "lo que sea más rápido", aunque mi lenguaje corporal me abandonó, porque no terminé la oración que ya me había apoltronado en el primer taxi que cruzó mi vista.
Cinco minutos y seis pesos después que demás está decir, ni pensé en pagar, bajábamos en la puerta de mi casa. Me preguntó si la había pasado bien, mientras un gatito trataba de colarse entre mis piernas y entrar al palier de mi departamento. No me gustan los gatos, aunque no necesariamente soy fóbica a los felinos, con lo cuál el pequeño gatito y yo protagonizamos varios pasos de comedia nada elegantes, hasta que pudimos deshacernos de él. Le dije que la había pasado bien, y no le mentí. Aunque ya la vista gorda se había transformado a esa altura del campeonato de obesa diabética hipertensa a obesa peso pesado tamaño cañón. El episodio del colectivo de la vuelta me superó y empañó para siempre cualquier posibilidad de continuar conociéndolo. Nunca entendí: ¿era una estrategia de seducción? ¿O más bien sencilla tacañería? El problema es que los hombres tacaños no son sexies y lamentablemente los viajes en colectivo los sábados a la noche (o mejor dicho a las primeras horas de un domingo) en compañía de un joven galán, no me resultan glamorosos desde que tengo más o menos 22 años. Por otro lado, a esa hora de la madrugada, los colectivos no pasan uno tras otro, o sea que hay que esperarlos. Qué iba a hacer para amenizar la espera? Sacar un termo Lumilagro con mate cocido? La hipótesis de que su pasar económico sea escaso, queda descartada. El mismo me dijo en su apacible charla que le iban bien las cosas. Y si no fuese así, ¿me interesa volver a salir con un hombre que a los 40 años no tiene seis pesos para un taxi un sábado a la noche?

Creo que pueden adivinar la respuesta.

Hasta la próxima.

jueves, enero 05, 2006

Efecto Cocaine Residual (espero)

El final de 2005 y los primeros aleteos de 2006 transitaron por mis días con una tranquilidad sospechosa. Las jornadas agitadas deberían extenderse hasta el 28 de enero, según predicciones del Año del Gallo que nos supimos conseguir. Alerta, vigilaba mi derecha y mi izquierda, esperando el sacudón.
No tardó en llegar. Gran parte de los hechos se sucedieron tal como los moldeó mi cerebrito. Otros acontecimientos, quién sabe... Hubo un cambio muy extraño de energías. Quizás sea sólo mi imaginación. Tal vez el cambio de energías sea sólo eso. Un cambio. Sin nada extraño.

Esperar para ver...

Meyer me dice que escribo un poco en clave, con pocas referencias y mucho código interno.
Uds. sabrán disimular las molestias ocasionadas. (Siempre me resultó muy graciosa esta frase "disimular las molestias ocasionadas" - disimular viene a querer decir que una vez que tomamos registro de las molestias en cuestión debemos ignorarlas como signo de educación y buenas costumbres??) En fin. Lo que quiero decir es, como sabiamente postuló Carolina, que el blog es un espacio "decontracté", que no aspira al Pulitzer ni mucho menos y que en resumidas cuentas haga y escriba lo que tenga ganas, y el que no entiende que pregunte y listo el posho.
También, hay cosas que me ocurren que ni yo misma entiendo. Como para ponérmelas a explicar en el blog estoy...