domingo, diciembre 18, 2005

Sín título

Ayer la noche en las afueras de Buenos Aires despidió el mismo olor que el de un kibutz de la Galilea.
Me di cuenta de repente, cuando los perfumes se me agolparon en los párpados. No estaba completamente despierta. No estaba completamente dormida. Solamente estaba cruzando la travesía de la noche en un barrio de casas bajas y árboles que saludan al río.

Me encontré de pronto en ese estado particular donde todo adquiere una claridad irreal y parece que la vida queda suspendida en un cuadro perfecto. Pude oler el aire diáfano del crepúsculo; fresco y púrpura. Sentí el aroma del pasto recién cortado. La caída de la noche me regaló la huella de las estrellas que no miro hace más de diez años. Olí la velocidad de las bicicletas cruzando el kibutz, y la respiración de los voluntarios que llegan cada año a pasar el verano. Olí la risa de los chicos y el paso tranquilo de los adultos.

Abrí los ojos con la certeza de estar en ambos mundos: en aquel kibutz de la Galilea y en las afueras de Buenos Aires, frente a una ventana que me miraba y de espaldas a un abrazo tibio que me hablaba sin palabras.

1 comentario:

Anónimo dijo...

hermoso!!!!!!!!!!!!!!!!!!