Extractado de un artículo de Santiago Kovadloff publicado en La Nación el 8 de julio de 2007
España acaba de concederle el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Se llama Amos Oz y tiene 68 años. (...) En sus manos, subraya el veredicto, ella se convirtió "en un brillante instrumento para el arte literario, la defensa de la paz entre los pueblos y la denuncia de todas las expresiones del fanatismo". ¿Qué es el fanatismo para Amos Oz? Su respuesta es irónica y precisa. "Creo que la esencia del fanatismo reside en el deseo de obligar a los demás a cambiar. El fanático es un gran altruista. A menudo está más interesado en los demás que en sí mismo. Y ello por la sencilla razón de que tiene un sí mismo bastante exiguo o ningún sí mismo en absoluto".
Entre los israelíes fanatizados a los que combate figuran los que aspiran a fundir en una sola entidad la Sinagoga y el Estado. Los que pugnan por convertir a la nación en un "Gran Israel" y a los árabes palestinos en una muchedumbre acéfala y sin patria. Su concepción de las cosas es, para el escritor, idéntica a la pregonada por el extremismo islámico. Ese que aspira a barrer a Israel del mapa. Entre estos y los ultraortodoxos israelíes, no ve Amos Oz diferencia alguna. Entiende, por eso, que es preciso lograr que el imperativo de la paz se sobreponga al aullido de los voceros de la muerte. (...) "Somos muy críticos con la autoridad palestina. Tan críticos con ella como con la autoridad israelí". A esa autoridad palestina le cabe "decir alto y claro algo que nunca ha proferido con éxito, concretamente que Israel no es un accidente de la historia, que Israel no es una intrusión, sino la patria de los judíos israelíes, por muy doloroso que sea para los palestinos".
El camino es, pues, el de la búsqueda de un acuerdo asentado en el recíproco derecho a la existencia. Un arduo camino. Implica profundos renunciamientos. Pero también posibilidades inéditas. Las únicas indispensables para que la vida y la muerte dejen de ser sinónimos. "Israel sólo será libre cuando Palestina se convierta en un país vecino independiente". Para ello, el deber primordial, el decisivo, es reconocer al otro. No se trata, ante todo, de renunciar a la guerra, sino al espíritu de agresión que la desencadena. A la presunción de que el vecino no merece otra cosa que ser aniquilado. Y para ello no es indispensable el amor sino la sensatez. "Desde mi punto de vista, lo contrario de la guerra no es el amor. Lo contrario de la guerra es la paz. Quedaré saciado si alcanzo a ver al Estado de Israel y al Estado de Palestina conviviendo como vecinos honestos sin explotación, sin derramamiento de sangre, sin terror, sin violencia. En cuanto al amor iré a buscarlo a otra parte".
Recíprocamente maniatados por el desprecio, palestinos e israelíes deben separarse. Lo harán si se liberan mediante un acuerdo. "Los divorcios nunca son felices. Especialmente este divorcio en concreto, que será rarísimo porque las dos partes en litigio se quedarán definitivamente en el mismo departamento. Nadie se va a mudar".
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